MSol Lamora
Os he visto levantando los brazos en el templo, meciéndoos en un baile lento y suave, con las manos extendidas hacia arriba, la mirada abierta y alta, la sonrisa desatada.
Y os he imitado.
Os he visto arrodillados en el suelo, recogidos en los bancos, postrados y rendidos en silencio.
Y os he admirado.
He oído vuestros cantos escoltados por el ritmo armónico de la percusión y el piano, vuestras voces murmurando –indescifrables-, algún grito espontáneo de gloria y alabanza a lo Alto.
Y os he envidiado.
He escuchado el silencio interior que dejan los sonidos del Cielo. Y he esperado.
Lo habéis invocado, y el Espíritu ha venido. “¡Que se abra el Cielo!” Y Ruah cayó y se movió libre en este lugar, y en su momento, porque el tiempo está en Él.
Esto puede suceder cada miércoles por la noche: cuando el Cielo se viste de gala y la Comunidad entra como novia en Su presencia, y se une en Adoración en cuerpo y alma.
Y Dios, que ha permanecido silencioso en el Altar como roca eterna, finalmente se acerca a cada uno y se ofrece. Brilla -blanco puro-, órbita perfecta, rodeado de oro, verde y rojo –reina-. Cordero y León se muestra: “Nada sin ti”.
Y tú, que llevas impreso Su Espíritu casi sin querer saberlo, que vives con el pecado pegado y al acecho, que cuando caes te dejas vencer y no lo confiesas, que hasta te privas de Su pan por vergüenza, tú -como yo-, puede que un día empieces a entender qué significa esa Promesa: cuando tu vida descanse un instante en Él.
Y quizás te atrevas entonces a contar esas cosas invisibles que por la fe sucederán.