Maricarmen Madrid Mateo
Un solo corazón, una sola alma
Así celebramos el pasado domingo, la fiesta de nuestra Madre, Nuestra Señora del Buen Suceso.
Ella, siempre pendiente de cada uno, como hacen las madres, nos quiso reunir a todos en su casa y -como las fiestas se celebran en torno a la comida- ofrecernos el mejor banquete, la Eucaristía, nos quiso ofrecer a su Hijo como alimento para nuestro cuerpo y nuestro corazón, para abrazar y dar vida a nuestro ser cansado.
Qué mejor manera que comenzar la fiesta así, todo el pueblo fiel pidiendo perdón, adorando, en escucha, en oración, dando gloria a Dios. Los niños con su mirar y su cantar, con su servir en la colecta y los padres en su cuidado; los mayores dejándose ayudar agarrados del brazo o en sus sillas de ruedas; los jóvenes, los adultos, el coro, el que llega tarde, el amigo, el curioso, incluso el que no estaba pero lo llevaban otros en su oración… ¡todos! cada uno viviendo su latir y en cada uno derramándose un infinito enamorado. Gracias Madre por todos, y en especial por tus sacerdotes, que nos dan a tu Hijo y hacen posible este maravilloso milagro.
Y a este divino banquete le siguió tu procesión, como si de un río de cariño se tratase saliste por las calles del barrio queriendo animar a quien te mirase, dar aliento al que no puede moverse, esperanza al que desfallece. Y tus hijos, ay tus hijos, siguiendo el curso de tu río de gracia iban ¡a voz en grito! proclamando las grandezas del Señor mientras hilvanaban avemarías y cantaban felices como críos.
Pero no todo quedaba aquí, como buenísima Madre que eres quisiste darnos otro alimento como guinda de tu “Sí”. Preparado con suma atención desde primera hora de la mañana, ángeles con patas andaban por los salones parroquiales envolviendo en cariño cada bocado de sándwich. Y así otro banquete, el de la cercanía y la acogida, iba a darse en plena explanada de la calle Princesa, flores, gofres, y ¡hasta tres paellas! llenaron de alegría nuestros corazones hambrientos y nuestro estómago, se realizó la multiplicación de los panes en los platos de arroz y repetimos hasta quedar saciados.
Con esta experiencia vivida solo puedo dar gracias a toda la comunidad parroquial, ¡también a los ucranianos! Que nosotros terminábamos y ellos continuaban, vaya caudal de gracia. Y es que veros rezar, sonreír, abrazar, acoger, charlar, montar y desmontar fue una muestra del “mirad cómo se aman” evangélico. Se respiraba un solo corazón y una sola alma en esa explanada, la familia de Buen Suceso, familia de Dios encarnado, y tal era así que el que os veía -aun sin conocer- se le alegraba el alma.
Y la causante de todo esto? La Mamma, que de manera discreta a todos nos abraza. Gracias Mamá por ser un Buen Suceso para cada uno, porque has estado en los momentos críticos de nuestra vida, como estuviste al pie de la Cruz, y en los alegres como ahora. Gracias por reunirnos bajo tu manto y enseñarnos el rostro de tu Hijo que llevas en tus brazos, porque nos muestras la belleza de la comunidad de fieles que es la Iglesia y nos haces buen suceso para los demás.
Gracias por querernos tanto, gracias.
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